-No.
-Esto no es amor.
-No.
-No es amor.
-No – trago-, no.
Es que sos tan ágil mi amor, en tu cuerpo; soy tan elástica,
soy tan precisa mi amor, cuando te toco, tan acuática sobre vos; soy tan bella
y tan perfumada que me amás, mi amor: contra tu voluntad y contra tu odio,
cuando te toco estás enamorada.
Pero acabamos.
Y me vuelvo calabaza.
El amor –no se lo digo- es
religioso. Sacralización de los momentos. El teléfono desde donde te llamé. El café
en el que me dijiste que sí, bueno, que vos también de alguna manera era
evidente que me querías. La esquina que nos tuvo a los gritos una hora. El amor
detiene, registra, hace un templo de los detalles y es en la obsesión por las
banalidades donde lo reconocemos. Pero no se lo digo porque el sacerdocio es
cosa de uno. María no ha oído el llamado.
Haber causado el vuelco. Haber abierto
alguna vez la boca otro poquito. Haber generado el deseo. Ese deseo. Haber sido
mordida por sus dientes. Haber gemido incluso. Haber provocado furia y cambio. Ser
el hito. Haber permitido sus manos. Haberme mojado, haberla enchastrado. Haber enamorado
a una mujer. Demasiado para mí.
El más grande odio.
Como me odio el amor, me odio el
odio.
(No es amor, Patricia Kolesnicov, Edit. Punto de lectura)
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