viernes, 25 de junio de 2010

NOSTALGIA

Recuerdo que la temporada de lluvias, que ocurría muy pocas veces al año, puesto que el lugar en donde crecí está ubicado en una de las zonas más secas del estado, traía consigo dos sensaciones muy diferentes, por un lado estaba la oportunidad de jugar y mojarse en la lluvia; hacer barquitos de papel y ponerlos en las calles en las que se formaban arroyos por el agua que había caído; ayudar a poner los botes en los que almacenaríamos el 'agua lluvia' que serviría para regar plantas y para bañarse; pararse a mitad de las calles con la cabeza vuelta hacia el cielo para recibir en el rostro las enormes gotas; caminar quinientos metros para bañarse en un arroyo que la mayor parte del año no era más que un camino hundido lleno de lajas; y después de todo esto meterse a la regadera para quitarse el lodo, sintiendo como el agua fría que de ella manaba no tenía punto de comparación con la que momentos antes nos había cubierto el cuerpo. Mi momento favorito venía después del baño, mi mamá nos recibía en la cocina con el aroma de tortillas de harina recién hechas y una taza de té de laurel, la sensación de felicidad que me producía ese momento, hace que cada día lluvioso que vuelvo a vivir me recuerde a esa época de mi infancia y me haga querer regresar a ella..
La contraparte de esta fascinación por la lluvia eran las tormentas eléctricas cuyos truenos me produjeron pavor, hasta que en una ocasión a los once años estuve a punto de ser alcanzada por un rayo, y la electricidad que recorrió mi cuerpo me hizo desplazar ese temor hacia mis verdaderos enemigos: los rayos. En las tardes de tormenta eléctrica, me sentaba en la cocina, con ambas piernas encima de las sillas de mimbre, pues no quería que mis pies en el piso pudieran atraer ningún rayo, como le ocurrió al perro de mi tía abuela, quien dormía placidamente en el cuarto de los triques y fue alcanzado por un relámpago que lo mató instantaneamente. Todo esto a escasos cinco metros de la cocina en la que yo estaba refugiada. El sonido, el olor y la visión de esa bola de fuego, han quedado marcadas en mi memoria, y su recuerdo hace que cada vez que hay tormenta, apriete los ojos y dese encerrarme en mi cuarto...

2 comentarios:

  1. Hola amiga!! el día que yo sienta un rayo tan cerca...caigo desmayada...si el solo ruido me da pavor jaja aunque si la recompensa son tortillas de harina y té ...pues lo pensaria...despues de un día no tan bueno ese es el mejor remedio para mitigar cualquier mal sintoma...besos

    ResponderEliminar
  2. Ana,


    :)

    Imagino el susto que tú te habrías llevado, pero ya ves, soy resistente aún y cuando a veces no lo parezca. Te quiero, besos!

    ResponderEliminar