Hace días, después de mucho tiempo de no hacerlo, escuché una canción que me transportó a una de las épocas más extrañas de mi vida. Hace más o menos tres años y medio esa canción se repetía una y otra vez en mi cabeza, me ayudaba a sentir más de lo que en ese momento sentía y era el símbolo del sentimiento que lo ocupaba todo. Sentí ternura al escuchar esa canción de nuevo; sentí ternura por quién era yo por aquellos días, no por la persona que antaño me hizo sentir eso. Me dí cuenta que a veces al tratar de recordar a las personas que una vez amamos, o creímos amar, no queda más que una imagen difusa, una fotografía en la que sólo nosotros sonreímos, en la que no está ni la sombra de aquellos que nos acompañaban.
A veces no lo notamos, pero la nostalgia tiene que ver más con quienes una vez fuimos que con las personas de nuestro pasado, la verdadera ternura está en esa ingenuidad con la que alguna vez creímos en alguien; en esa fe ciega que nos llevó a perder; en aquello que fuimos capaces de hacer y que hoy ya no haríamos.
La ternura está en ese que vemos a los ojos en el espejo; ese otro yo que no volverá a ser lo que ya fue.